Suena la noche sombría
para un ex-campeón caído en desgracia,
besa la lona con el aliento de los muertos,
cuento hasta mil con la ilusión de ver
que algún rostro grite su nombre,
pero no, no llega nunca.
Solo el silencio viene a su mundo,
como el rocío cuando empieza la mañana.
Se le borraron las manos, su espalda dorada
y aquel sol de cristales,
con la ultima claridad que solía sostener.
Es solo un desordenado hastío de sombras.
Nadie golpeó su puerta desde
ya hace muchos daños,
lo último que le queda;
desaliñado, desvelado
en la fria mirada estrellada
es un reflejo en la ventana.
Pero ahora es un ángel,
venido a menos, espiando
kilómetros y kilómetros de soledad.
Sus ojos por fin se abren,
miran descubriendo el suelo y;
de sorpresa, el mundo que había abajo
se abre entre nubes de polvo.
Pensó: “él va a rescatarme”,
pero ya ves, siempre queda algo por aprender.
Hasta en el último estertor del universo.
Así que ahí fue, con muy poca originalidad,
subiendo con valentía por los cristales estrellados
que ya solo reflejan la vahída luz del infinito.